Son muy pocas las personas cuyo mayor mérito e impronta histórica ha sido la de realizar una fiesta, pero ese es el caso de Carlos de Beistegui.
Hijo de padres mexicanos, nacido en Francia pero con pasaporte español, Beistegui heredó la inmensa fortuna de su familia, cimentada sobre minas de plata e inmuebles y se afanó en gastarla con espectacularidad en viajes e inmuebles. En París compró un piso en los Campos Elíseos, que reformó le Courbusier y cuya terraza diseñó Dalí. Cerca, también se hizo con un château dieciochesco que amplió con salones y hasta un teatro barroco de ciento cincuenta butacas. El gasto era desenfrenado y los regalos a sí mismo no cesaban pero su gran capricho aún estaba por llegar. Cecil Beaton dijo que era la persona más buscadora de placer que había conocido.
En 1948 puso sus manos sobre el Palazzo Labia, junto al Gran Canal de Venecia, uno de los más importantes de la ciudad italiana. Beistegui se dedicó a devolverle el esplendor, enriqueciéndolo con obras de arte y muebles que dormían rodeados de frescos de Rafael y Tiépolo. En 1951 la reforma había concluido: era el momento de enseñarla al mundo. Con seis meses de antelación salieron hacia todas las esquinas del mundo invitaciones para “le Bal Oriental” que se celebraría en el Palazzo el 3 de septiembre de 1951. La lista de invitados, secreta, enseguida se filtro al Times: Los Duques de Windsor, Churchill, Barbara Hutton, Dalí, Cecil Beaton, Christian Dior, el Aga Khan, varios Grandes de España… y una mezcla de aristócratas, millonarios y artistas que prometía dar lugar al mayor encuentro social del siglo. Todos tuvieron tiempo para preparar sus atuendos: Pierre Cardin diseñó treinta de ellos, Dalí y Christian Dior se los diseñaron el uno al otro y todos los grandes ateliers de alta costura trabajaron para la ocasión.