Por motivos profesionales y particulares, familiares y culturales, he visitado y pasado numerosas temporadas en el Sudoeste de Francia, una extensa región llena de encantos naturales y patrimoniales: Las Landas, el País Vasco francés, el Béarn, la isla de Ré, el Poitou… La lista de lugares atractivos del territorio que los romanos llamaron Aquitania –“tierra de aguas”- es inacabable.
Sin duda, la joya de la corona aquitana es su capital, Burdeos, una encantadora ciudad mediana con el tamaño ideal para ser recorrida a pie y en la que he pasado momentos y experiencias siempre vivas en mi memoria. Por ello, vuelvo a visitarla y vivirla en cuanto se presenta la menor ocasión: un centro urbano bellísimo, de aire inequívocamente “Segundo Imperio”, un ambiente refinado y burgués, un comercio tradicional de altísima calidad, una cocina famosa en el mundo… Una suma de factores que dan como resultado una pequeña metrópolis que invariablemente aparece todos los años encabezando el listado de las ciudades preferidas por los franceses para vivir.
Si a todo esto le añadimos un maravilloso paisaje agrícola circundante -el legendario vignoble bordelais- cuna de los vinos más apreciados del mundo y una cercanía al océano (¡Ojo! Ellos nunca dicen “mar”, les parece despectivo para su colosal fachada atlántica), la mezcla es tan atractiva y seductora como un par de copas de Pomerol.